El otro día salí a dar un paseo con mi perrita . Iba a ir donde siempre, por las Peñas, bordeando el campo de fútbol de La Salera para volver por el Pasomalo, pero sin querer, me desvié y tomé otro rumbo: el camino del Castillo.No sé muy bien por qué pero el caso es que crucé al otro lado y subí una cuesta entre los pinos que me llevó a los depósitos.
Antes de seguir, tengo que contaros el esfuerzo que hay que hacer para estar allí y no desilusionarse con el estado actual en que se encuentra este lugar. Hay que hacer una interpretación del paisaje, ponerse una especie de gafas tridimensionales, como esas que te dan en el cine y ver las cosas desde un punto de vista casi mágico.
Desde los depósitos se ve todo el pueblo y en el centro un triangulito que es la plaza de España. Desde allí, cada tarde del verano, podíamos ver si los amigos ya habían subido y nos encontrábamos allí todos para jugar, charlar, oir música, contar chistes, más adelante declararnos nuestro amor y hacer nuestros primeros pinitos en el arte de los besos y todas esas cosas.
Enfilamos la senda y vamos hacia arriba. Nos acompañan los fantasmas de la Infancia, las fragancias, los pinos y los recuerdos. Llegamos al Mirador, otra vez allí abajo la ciudad, el río, la Pirámide, las choperas, Tricio...
Ya en plena "Punta del Castillo", la visión es magnífica. Este monte en realidad es una loma, porque es muy pequeño, pero por eso la distancia tan corta hace que tengas una vista del pueblo muy cercana, que puedas ver a la gente ahí abajo y casi espiar sus movimientos.
Subimos a las ruinas y entramos, como entonces, a la cuevita, una especie de arco en el suelo a modo de puentecillo, que tantas veces nos sirvió de escondite y de paraguas en las tardes de tormenta. Abajo a la derecha se ve "la campa", donde se nos hacía de noche tumbados, contando historias de miedo de esas que son mitad verdad mitad mentira, pero que nos hacían temblar y, a veces, echar a correr monte abajo hasta llegar a las eras muertos de risas.
Juegos de palabras, de adivinar películas y canciones y si no lo sabías...¡Prenda! Y eso era lo mejor. Había que bailar, decir quién te gustaba, besar a uno de los chicos, elegir a alguien para salir...o cualquier deseo que te imponían las más mandonas, las amigas líderes que siempre decían lo que había que hacer y que, a las demás nos encantaba. En esos tiempos, los chicos no pintaban nada a la hora de decidir, además eran independientes: si se aburrían, nos dejaban allí plantadas y se iban con sus bicis a cualquier lado, aunque enseguida volvían como si nada. En serio: subían con las bicis a todas partes, estaban siempre pegados a sus bicicletas. Pepe, Mamel, Míquel, Julio, Fede, Jonal... Y casi siempre nos espiaban "los moritos", que eran tres chavales de Nájera, de las Peñas, que no eran de la cuadrilla pero que les gustaba perseguirnos y observarnos sin más, o sea que no nos pegaban ni nos tiraban piedras ni nada, solo emitían un sonido a modo de contraseña y así ya sabíamos que estaban allí.
Algunas veces, por la mañana en el río, nos enterábamos de que los de la cuadrilla de mi prima Gloria iban a hacer un guateque en los depósitos y esa tarde nos plantábamos allí a verlos y no nos despachaban, simplemente nos ignoraban y no se daban ni cuenta de que estábamos ahí. Nosotros entonces, sentados en la parte alta de los depósitos, alucinábamos con ellos. Recuerdo un día que se vistieron de hippies (era la época de ellos, los sesenta). Allí estaban: Las Margaris , Anamari, Gloria, Rosa, Tere...con gafitas redondas, flores en la cara, chalecos de borreguito, pantalones pintados, sandalias de cuero...Ellos: Raúl,
Pepe, Michel, Chuchín, Deme, Pótol, Ánder, Chogo... Y la Música: Los Beatles, Los Brincos, Los Iberos, Pop Tops, Afrodites Child, Silvie Vartan, Françoise Hardy, los Salvajes,... Ellos eran mayores y tenían muchísimos discos. Y nosotros allí sentados absorbiendo todo para después hacer lo mismo que ellos. Eran nuestros modelos, nos encantaba todo lo que hacían, cómo vestían, cómo bailaban, las canciones que escuchaban...Bueno, qué tiempos!
Echamos un último vistazo a la Salera y, tras quitarnos las gafas tridimensionales, emprendemos el camino de vuelta. Poco a poco se van yendo los fantasmas, las fragancias, los sueños, aquellos recuerdos tan queridos. Y los guardamos allá en ese rincón que todos tenemos en lo más íntimo, en lo más nuestro, en el corazón, para recuperarlos cada vez que subamos al Castillo, donde, por cierto , no hay ningún castillo.
Bonito retrato y bien escrito.
ResponderEliminarMe dijeron que leyera este texto. Es parecido a lo que escribe un autor local de cuyo nombre no me acuerdo pero que me gustaron sus poemas que hace años leí. Me encanta. Yo conozco la ciudad aunque hace años que no voy.
ResponderEliminarUn saludo.